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No se estime desorbitada la importancia concedida a la expulsión
de los Jesuitas españoles por Carlos III al tomarla como
punto de partida para la exposición que nos ocupa. En efecto:
en el solar italiano, donde la planta de la filosofía católica
brotó con mas vigor, ellos fueron los que sembraron la semilla
de la que dicha planta había de nacer. Bien pronto...

El neotomismo italiano en la restauración escolástica

Francisco Canals Vidal

CRISTIANDAD Año III, nº 48, páginas 115-117 Barcelona-Madrid, 15 de marzo de 1946
Plura ut unum

En abril del año 1850, coincidiendo con el regreso a Roma del Papa Pío IX, después de la revolución que le había expulsado de sus Estados, aparecía en Nápoles una revista redactada por Padres de la Compañía de Jesús, y en cuya fundación había tenido la iniciativa el propio Papa; se titulaba «La Civiltá Cattolica» y trasladada en breve a Roma conseguiría pronto un prestigio destacadísimo. Es notable considerar las circunstancias del momento de su aparición y lo significativo del título que tomaba como bandera.

En Italia, como en toda Europa, la profunda Revolución de 1848 iba de vencida; atajados sus efectos más radicales, parecería a muchos que también se había frustrado en todas partes lo más substancial de los propósitos revolucionarios. Pero en la introducción del primer número de «La Civiltá» encontramos las siguientes palabras: «No sabemos si la tranquilidad que al presente goza Italia es la paz o una tregua. El que considere a qué elementos está condicionada la tranquilidad no podrá tenerla ciertamente por paz definitiva. Ha sido conseguida con las armas y, asegurada con su dominio, no parece tener por ahora otra garantía»; y pocas líneas más abajo se anuncia el programa de la publicación: «Su principal intento será conducir de nuevo las ideas y el movimiento de la sociedad a aquel concepto católico de que parece haberse apartado desde hace tres siglos».

El instrumento que mantenía a la sazón el orden en Italia y había hecho posible el regreso del Sumo Pontífice a sus Estados era el ejército francés enviado por el entonces presidente de la República Luis Napoleón Bonaparte, futuro Napoleón III, considerado también en su patria como garantía de la salvación de la sociedad, por la fuerza, frente al socialismo de 1848. Pues bien, es digno de considerarse que aquel hombre a quien apoyaba el voto de la mayoría de los católicos franceses (incluso muchos legitimistas se lo habían otorgado) afirmaba en aquel mismo año que las elecciones que le habían elevado al poder «expresaban, como las de 1804, la voluntad de la nación de salvar por medio del orden los grandes principios de la Revolución francesa».

Los jesuitas redactores, de La Civiltá Cattolica, por el contrario, se proponían defender la acción de la Iglesia en la sociedad como la única salvaguardia de los grandes principios de la civilización cristiana, de cuyo mantenimiento se desprende como fruto el orden y el progreso social. Propugnaban, pues, una sociedad cristiana, la Cristiandad.

Muy pronto inició la revista un aspecto sustancial de esta tarea; no sólo cuestiones político-religiosas y sociales llenarían sus páginas, sino que se convertiría a partir de 1853 en órgano de difusión de la filosofía escolástica y en especial de la de Santo Tomás, como base del «progreso filosófico posible en el tiempo presente»; así se titula el artículo del P. Liberatore en que por primera vez anuncia aquel propósito; en él propugna la doctrina de Santo Tomás como la única que puede poner fin a la anarquía filosófica reinante y la sola bandera que puede unir a las inteligencias católicas en una tarea común. Durante cuarenta años este autor tuvo como tarea constante de su colaboración en La Civiltá la defensa de la escolástica.

Este entusiasmo por la restauración tomista era común a todos los primeros iniciadores de la publicación; así el Padre Curci, que desgraciadamente apostató después por oponerse a la actitud de Pío IX en la cuestión del despojo de su soberanía temporal; y el P. Taparelli. Su labor, que no era ya una cosa aislada, pues por aquellas fechas se iba abriendo camino la neoescolástica en Italia, tiene unos interesantes precedentes tanto más notables cuanto más se alejan de los tiempos en que se había ido preparando el ambiente y facilitando algo la empresa. En este sentido (teniendo en cuenta, además, que nunca se había extinguido del todo la pura ortodoxia escolástica ni aún en pleno siglo XVIII) debemos retroceder a los primeros años del pasado siglo y encontraremos unos hombres que trabajando solitarios en ambiente adverso formaron o influyeron en la formación de los Liberatore, Prisco, Taparelli, Cornoldi. Los más representativos de esta época preparatoria son los hermanos jesuitas, Serafín y Domingo Sordi y el canónigo de Nápoles Cayetano Sanseverino.

El neotomismo placentino y napolitano

Por los años 1806 a 1826, enseñaba en el Seminario de Placencia un sacerdote, Vicente Buzzetti, cuya enseñanza difería notablemente de la que por aquel tiempo predominaba; en lugar de seguir, como muchos otros, las corrientes sensista o cartesiana, él era un ferviente y consecuente tomista. En otro artículo de este mismo número se habrá visto que a los jesuitas españoles desterrados les cabe la gloria de haber conservado la preciosa semilla del amor a la escolástica. Entre los discípulos que Buzzetti formó figuran los dos hermanos Sordi que habiendo ingresado, ya sacerdotes, en la Compañía de Jesús, habían de ser los que desarrollarían en ella aquellas ideas fecundas.

El que más influyó de manera directa fue el P. Serafín Sordi; poco tiempo después de su entrada en la Compañía, en 1816, decidió con su ejemplo y enseñanza la orientación tomista de uno de los futuros redactores de La Civiltá: Padre Taparelli. En largos años dedicados a la enseñanza, siendo después Provincial de Roma por los años en que iniciaba el P. Liberatore sus trabajos en aquella revista, influyendo por fin en la orientación filosófica del Colegio Aloisianum, donde se formaban los jesuitas de la Provincia Véneta, puede decirse que toda su vida estuvo dedicada a una fructuosa labor de propagación del neotomismo.

En análogo sentido se orientó la actividad de los Padres Domingo Sordi y Luis Taparelli entre los jesuitas napolitanos; del tiempo en que siendo este último Superior de la Provincia, de 1829 a 1833, consiguió imprimir a los estudios filosóficos una decidida orientación escolástica, proceden los Padres Curci y Liberatore.

En la misma ciudad de Nápoles un hombre que tenía que representar papel destacadísimo en la restauración escolástica, Cayetano Sanseverino, se convertía de ecléctico y cartesiano en fiel discípulo de Santo Tomás. A su iniciativa se debió la fundación, en 1841, de la revista Scienza e fede, y la creación en el Liceo Arzobispal de Nápoles, en 1847, de la Academia de filosofía tomista, formada por sacerdotes que por sus enseñanzas se habían consagrado al estudio de Santo Tomás y que sirvió de modelo a instituciones posteriores análogas. Entre los discípulos de Sanseverino figuran hombres de importancia excepcional en la difusión de la enseñanza escolástica, tales como José Prisco, más tarde Cardenal, y Salvador Tálamo.

El progreso de la neoescolástica

Al iniciarse la segunda mitad del siglo pasado el movimiento fue adquiriendo en Italia mayor amplitud y vigor. En 1850 se empezó a utilizar la Summa Theologica como texto de enseñanza en el Colegio Minerva de los dominicos, que también promovieron la edición de las obras completas del Doctor Angélico. En aquel centro docente se formó el Padre Tomás Zigliara creado también con posterioridad Cardenal y cuya Summa Philosophica (1876) habría de ser uno de los textos clásicos. La labor de las figuras representativas de la neoescolástica, antes nombradas, iba cristalizando en nuevas obras o ediciones renovadas de otras anteriores. Citemos las Institutiones Philosophicae del P. Liberatore, que editadas por primera vez en 1841 fueron modificadas en sentido de mayor pureza tomista en años posteriores (editadas once en 1854); los trabajos de Sanseverino, en especial la Philosophia Christiana cum antiqua et nova comparata (1862); los Elementos de Filosofía de Prisco. Estas obras fueron la base de la difusión de la filosofía tradicional en los centros eclesiásticos de Italia y las demás naciones.

Aparecía, pues, en esta época, una nueva generación de eminentes escolásticos, que enlazan aquellos como primeros patriarcas del movimiento con el florecimiento del siguiente pontificado. Ciertamente que contemporáneos de éstos, otros como Tongiorgi y Palmieri se apartan de las doctrinas estrictamente escolásticas en puntos importantes; pero el núcleo de los fieles seguidores de la doctrina de Santo Tomás de Aquino permitiría años después al Papa León XIII conseguir que ocupasen las cátedras de los centros más importantes de enseñanza de Roma nombres de pura ortodoxia tomista. Mencionemos entre éstos al jesuita P. Cornoldi, que habiendo sido orientado hacia el tomismo por influjo en parte del P. Serafín Sordi había de difundirlo desde la Universidad Gregoriana.

También en esta época, a imitación de la Academia fundada por Sanseverino en Nápoles se iban creando otras con el mismo fin. Con la finalidad de evitar el divorcio entre la filosofía tradicional y las ciencias físico-naturales se formó por el P. Cornoldi en 1874 la Academia Filosófico-Médica de Santo Tomás en Bolonia y sobre todo hay que destacar por lo significativa la fundación de una de estas asociaciones en el Seminario de Perusa por el entonces Arzobispo de aquella ciudad el futuro Papa León XIII, que no contento con promover la doctrina del Angélico solicitó de Pío IX la proclamación del Santo como patrono de la enseñanza católica.

La publicación de tratados clásicos de los más célebres restauradores y la creación de academias y asociaciones dirigidas al mismo fin fueron el instrumento de una difusión de la escolástica, causa de que al advenimiento de León XIII al pontificado estuviese ya preparado en cierto modo el terreno de manera que el acto pontificio de la Encíclica Aeterni Patris (1879) más que imponer autoritariamente venía a sancionar desde la cátedra de San Pedro un espíritu que desde largo tiempo había ido creciendo y fructificando providencialmente en la Iglesia. Los instrumentos de aquella obra fueron los precursores que años atrás habían sabido encontrar en la escolástica las soluciones de los problemas intelectuales e incluso sociales de los tiempos modernos.

... contó con la protección del Pontificado, con revistas dedicadas
a su difusión, con el respeto de nuestros enemigos.
Ahora bien: Si la aportación hispánica; la italiana; la germánica de
Kleutgen, por ejemplo, a la escolástica ranaciente es ya conocida y
reconocida de todos, suele en cambio negarse a Francia participación
en los inicios de esta corriente que arrastrará a la Iglesia entera.
Esta opinión debe rectificarse. Aunque fuera tan solo, en efecto,
por la prócer figura de ENRIQUE RAMIÈRE, es preciso afirmar que

También Francia participó en la iniciación de la neoescolástica:
la aportación del P. Ramière

Francisco Canals Vidal en Cristiandad de Barcelona