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El padre Orlandis, continuador del padre Ramière

Francisco Canals Vidal

CRISTIANDAD Barcelona, número 331, septiembre de 1958.

–¿Quiere algo, Padre...? –Sí, TODO. Así respondió el padre Orlandis, muy próximo ya a su muerte, a uno de los que habían convivido íntimamente con él, que acudía a visitarle a la enfermería del Colegio Máximo de Sant Cugat del Vallès. Con un matiz de exabrupto paternalmente irónico, la frase no podría parecer anecdótica a ninguno de cuantos le conocieron. Esta palabra, que parece evocar en su agonía el recuerdo de aquel gesto infantil, decidido y «comprometedor», con el que santa Teresita del Niño Jesús «lo escogió todo», puede considerarse también en nuestro padre Orlandis como expresión muy profunda de la actitud fundamental de su vida.

(1. Véase Manuscritos autobiográficos, Historia de un alma, de santa Teresita del Niño Jesús. Burgos. 1958).

La vida personal y concreta de cada uno, como se nota en un texto de santo Tomás que se complacía el padre Orlandis en citar, la definimos aludiendo a aquello «en que máximamente se deleita, que intenta principalmente, y en lo que busca la convivencia con sus amigos».

(2. S. Th. 2.ª 2.ª q. 179 a. 1. El padre Orlandis comenta principalmente este texto en su artículo «El orden de la vida y la elección». Manresa, enero 1936).

Para una consideración superficial resultaría difícil encontrar aquello que fue la vida del padre Ramón Orlandis. Se ocupó de muchas cosas, y en el orden intelectual tan característico en él, tenía una compleja diversidad de temas y de autores predilectos. Su conversación y su enseñanza se dispersaban también, al parecer, en la misma complejidad. Estas apariencias podrían llevar a un error: el de creer que se interesaba por todo, por todas estas cosas, dispersando su atención en una universalidad «horizontal».

Sí. TODO. Afirmación y universalidad en su actitud respondían a un ideal infinito y último; el TODO que era su vida, y al que tendían todas las actividades de la época de su madurez, consistía nada menos que en la plenitud de Cristo en su Reino. La consumada plenitud, que entreveía en visión grandiosa y sintética, del orden divino en el que todas las cosas participan y se integran en Dios «que es todo en todas las cosas».

Por esto era enemigo de «especialismos» y ponía siempre en guardia contra el peligro de «cerrarse», así en lo intelectual como en lo afectivo y vital. Y por esto también era enemigo de la dispersión y de la pluralidad. Se interesaba por muchas cosas, o por mejor decir, por «todas»; pero insistía en el lema plura ut unum, en un esfuerzo constante hacia lo «uno». «No us tanqueu», «busqueu en tot la unitat», dijo en ocasiones decisivas para su obra.

La idea del padre Ramière

Difícil será siempre para muchos, por motivos diversos, comprender la unidad de esta vida del padre Orlandis y el audaz acierto de la obra que fue su fruto. La dificultad se hace patente considerando que lo mejor de sus energías se empleó en constituir la que fue la obra suya definitiva y característica: Schola Cordis Iesu. Insistió siempre en definirla como una «Sección para formar, según el espíritu del padre Ramière, celadores del Apostolado de la Oración».

Esto podrá parecer a los intelectuales y «cultos» una mezquina beatería, indigna de un hombre de su talento profundo y genial. Para quienes participasen, por el contrario, de esta «inconsciencia en lo sobrenatural» en que la beatería consiste –según la definía el propio Padre–, toda su actividad y enseñanza en Schola Cordis Iesu les parecería un inútil complicarse la vida.

Una y otra dificultad suponen en su planteamiento el mismo hecho negativo e idéntica deficiencia de información. El desconocimiento de lo que es el Apostolado de la Oración, consecuencia de la ignorancia del ideal del gran apóstol que fue su fundador, y cuyo continuador quiso ser el padre Orlandis: el padre Enrique Ramière, S.I.

Explicando el sentido de su enseñanza en Schola Cordis Iesu escribe el padre Orlandis: «En estas lecciones hubimos de tratar de todo: de historia, de filosofía, de sociología, de política, de teología, de Escritura. Cuando se me preguntaba qué me proponía en estas conferencias, solía yo contestar: “Mi intento no es otro sino el de formar celadores del Apostolado de la Oración”, y ante la extrañeza de quien preguntaba, respondía yo que el Apostolado, la idea del padre Ramière, sobre todo entre los varones, no tenía tanta aceptación como merecía, porque se miraba por muchos así como una beatería, lo cual era absoluta perversión de la concepción del padre Ramière y suponía una incomprensión lamentable de la devoción al Corazón de Jesús, de las revelaciones de Paray-le-Monial y de su fin providencial, todo lo cual constaba con toda certeza en los documentos pontificios».

(3. «¿Somos pesimistas?», CRISTIANDAD, 1.º de abril de 1947, pág. 148).

Este «ramierismo», insistentemente proclamado, del padre Orlandis respondía a razones profundas; era todo lo contrario a una caprichosa afición por un autor por el que se hubiera encariñado. Más bien es cierto que encontró en él la expresión de unas ideas con la que se sentía en continuidad e íntima armonía. Fue su continuador, sobre todo por coincidencia en una visión de los ideales cristianos centrada en lo que fue blanco y fin, común a ambos: el reinado de Cristo por su Corazón.

Coincidencia en una síntesis más teológicamente elaborada por parte del padre Orlandis, pero ya desarrollada con su abundante y fecundo proselitismo por el genio apostólico que fue el padre Enrique Ramière.

Genio apostólico dotado como poquísimos apóstoles de los tiempos modernos del sentido de la fe y del don de situarse en el centro del misterio cristiano. Sin sugerir ninguna comparación exagerada, advertía el padre Orlandis cierta analogía de tipo entre el padre Ramière y aquel ilustre campeón de la fe que, aun siendo en algunos sentidos menor que otros doctores griegos del siglo IV, mereció quedar en la memoria del pueblo cristiano y de la Iglesia como ejemplar de este sentido de la ortodoxia y el misterio revelado: san Atanasio.

Por este don de sentir la fe, fue dado al padre Ramière elaborar el sistema de «doctrina espiritual y de sociología sobrenatural» de que se habla en Pensamientos y ocurrencias. Esta actitud para comprenderlo todo bajo una luz sobrenatural explica el «éxito» de este gran apóstol, por otra parte poco conocido. Su éxito característico consistió en que pueda afirmarse sin exageración que todas las ideas fundamentales en que insistió temáticamente han llegado a ser –en grandísima parte como consecuencia del movimiento por él creado– contenido expreso del magisterio eclesiástico y pontificio en nuestros días.

(4. Véase «Obra y éxito de un gran apóstol: el padre Enrique Ramière, S.I.», por JAIME BOFILL BOFILL).

Por esta especie de «don de adivinación» que le permitía no se sabe por cuáles antenas muy sensibles, presentir las futuras corrientes de ideas, el padre Ramière está en la línea que conduce directamente a las grandes encíclicas sobre el Corazón de Jesús y el Reino de Cristo.

(5. Conferencia del padre PARRA publicada en L’Apostolat de la Prière, del padre Enrique Ramière, Toulouse, 1929, pág. XXVII).

Son aquellas precisamente que nuestro padre Orlandis procuró con empeño que fuesen editadas en una obra que es expresión perfecta de la doctrina y del sentir de la Iglesia.

(6. Al Reino de Cristo por la devoción a su Sagrado Corazón, publicado por Ediciones Cristiandad, en 1949).

Incluso, por su empeño insistente en enlazar la devoción al Corazón de Jesús con sus fuentes evangélicas y patrísticas, y con el misterio por excelencia de la divinización del cristiano, aparece como el precursor de la admirable Haurietis aquas de Pío XII. Por esto ha podido escribir el padre Andrés Arístegui, S.I., que: «El padre Orlandis, junto con el padre Ramière, y quizá por este último, se puede decir que fue uno de los precursores de la encíclica Haurietis aquas».

(7. «Amigos del Corazón de Jesús», por el padre Andrés ARÍSTEGUI, S. J. publicado en El Mensajero del Corazón de Jesús correspondiente al mes de agosto p.p).

Para el padre Orlandis, el «ramierismo» no hubiera podido ser entendido como una afición que limitase los horizontes y cerrase los caminos. Veía en el fundador del Apostolado de la Oración lo que en realidad fue: un «hombre de Iglesia», un ejemplar hijo de san Ignacio que mereció servirla, realizando de modo ejemplar la misión, tan propia de su vocación religiosa, del apostolado del Corazón de Jesús, e impulsando así la corriente de espíritu y de doctrina que afluyó al «impetuoso río que alegra la Ciudad de Dios» de que habla Pío XII en la primera encíclica de su pontificado: EL CULTO AL DIVINO CORAZÓN DE CRISTO REY.

Sobrenaturalismo

«Ésta es la necesidad más urgente de nuestro tiempo, sobrenaturalizarlo todo, incluso el Romano Pontífice». Esta afirmación audaz e intencionada del padre Orlandis podía en cierto modo servir para caracterizar históricamente al padre Ramière. Fue éste representante e impulsor excelso de aquel movimiento que iniciaron en Francia los apologistas contrarrevolucionarios. Nos referimos al «ultramontanismo», al progresivo acercamiento característico de las décadas de mediado el siglo XIX, de los católicos franceses respecto a la Sede romana. En esta corriente ultramontana, que tanto impulso adquirió en el pontificado de Pío IX, con actitud decididamente antiliberal, y que tuvo como órgano de mayor influencia y difusión europea a La Civiltà Cattolica, se señala de modo particular el padre Ramière por su visión sobrenatural de la Iglesia. No dejó nunca de situar la cuestión en este punto de vista: «el galicanismo, considerando demasiado el lado humano del Papado, creía que no podían tomarse demasiadas precauciones para impedir que se desviase por las debilidades humanas el ejercicio de su divina autoridad. La devoción al Corazón de Jesús, al mostrarnos al divino Salvador siempre viviente en su Iglesia, hace que reconozcamos su voz en la de su Vicario, y nos libra del temor de verle faltar a la perpetua asistencia que le ha prometido».

(8. Le regne social du Coeur de Jésus, por Henry RAMIÈRE, Toulouse, 1892, pág. 13).

El sistema de pensamiento del padre Ramière, en el que inspiró la admirable institución del Apostolado de la Oración, lo formuló el padre Orlandis cifrándolo en dos principios: «El primero: el Corazón de Jesús es el centro de toda vida cristiana y espiritual, por ser fuente y origen de todas las gracias y dones que Dios hace al hombre, de todos los beneficios que le otorga en orden a su santificación y divinización. El segundo: el Corazón de Jesús es principio único y divinamente eficaz de toda restauración y renovación social en el reinado de su Amor».

(9. Pensamientos y Ocurrencias, del padre Ramón Orlandis, S.I., que se publica en este mismo número).

A estos dos principios se refieren las dos actitudes fundamentales que el padre Orlandis inspiró a su obra: sobrenaturalismo, antiliberalismo. Imitando el modo de ser generoso y constructivo del padre Ramière y a la vez su intransigente «odio al error» –síntoma inseparable para él de una vida de fe en estado de salud– se dijo en CRISTIANDAD por inspiración de su «curador espiritual» que: «sin dejar de combatirlos directamente emplearía un método indirecto de eficacia positiva: contra el naturalismo la propagación de la devoción al Corazón de Jesús, fuente de la vida sobrenatural; contra el liberalismo la proclamación de la soberanía social de Jesucristo, como único remedio para salvar la sociedad».

(10. «El porqué de esta Revista», número de prueba de CRISTIANDAD, 1944).

No es preciso insistir en el paralelismo que muestra el entronque ramierista de la obra del padre Orlandis. Señalemos solamente el carácter nuclear que en la doctrina y el espíritu cristianos tienen los puntos capitales en que se concentró el esfuerzo apostólico del padre Ramière y, coincidiendo con él, de nuestro padre Orlandis.

«El Corazón de Jesús, fuente de vida sobrenatural, fuente de la divinización del cristiano». Este centro del dogma, fue el tema permanente del padre Ramière en el Méssager. Entendía que la revelación del Corazón de Jesús se dirigía precisamente a llamar de nuevo la atención de los cristianos sobre el misterio de su filiación divina por su incorporación en Cristo. En un tiempo en que –como se ha escrito– «la teología corriente había olvidado la tesis central de la divinización», su genio apostólico, o mejor dicho su instinto cristiano, hicieron que consagrara su vida a la difusión del gran dogma de la incorporación de los cristianos a Cristo, y que comprendiera la devoción al Corazón de Jesús, así entendida, como el completo desarrollo de la piedad cristiana. Fue por esto sin duda que pudo ocupar en la historia del apostolado y de la teología del Corazón de Jesús su lugar tan excepcional.

El padre Orlandis con una mentalidad y formación teológica más profunda y elaborada, en muchos aspectos, participaba de estas convicciones y sentía una admiración íntima por la obra del padre Ramière. Insistía en recomendar, como la más excelente lectura espiritual la obra El Corazón de Jesús y la divinización del cristiano.

Los aspectos en que el pensamiento del padre Orlandis avanzó en profundidad, siguiendo la misma dirección en que se movió el fundador del Apostolado de la Oración, son aquellos principalmente a que él mismo alude en Pensamientos y ocurrencias. Su importancia y urgencia en la moderna espiritualidad son evidentes. Centrando el misterio cristiano en el Corazón de Cristo, del Verbo hecho Hombre, para que los hombres fuesen por Él divinizados, aparece la conexión entre el culto al Corazón de Cristo y el dirigido a la persona divina del Espíritu Santo, Amor subsistente y personal, Don divino que se comunica a los hombres y habita en el alma del cristiano. No es aquí lugar ni ocasión para referirnos a las profundas concepciones teológicas con que el padre Orlandis, en la línea del padre Ramière, buscaba «alguna inteligencia» de este misterio de la inhabitación del Espíritu Santo. Nos parece que podría decirse que fue esta la preocupación central que impulsó gran parte de sus investigaciones teológicas y filosóficas. Recordemos sólo la insistencia con que urgía cuán necesario es para los fieles «conocer al Espíritu Santo», y con cuánto entusiasmo y convicción compartía la idea que expresaba el padre Ramière al decir: «¿Qué debemos hacer para poder obrar obras divinas? Imitar al Corazón de Jesús y, como Él, no obrar sino bajo la influencia del Espíritu de Dios. Así la devoción al Espíritu Santo se confundirá en nosotros con la devoción al Corazón de Jesús, y nos llenaremos de la plenitud de Dios».

(11. El Corazón de Jesús y la divinización del cristiano, por el padre Enrique RAMIÈRE, S.I., Bilbao, 1931, capítulo VI).

En la perspectiva de esta teología, el padre Orlandis insistía con personalísima preocupación en profundizar en la idea ramierista también y de tradición montfortiana, de la maternidad espiritual de María, Esposa del Espíritu Santo de quien Cristo nace, en su cabeza y en sus miembros.

(12. Véase el artículo del padre José CABALLERO, S.I., «Una consagración mariana modelo», revista CRISTIANDAD, núm. 257, diciembre de 1954).

El cristiano, hecho miembro del Cuerpo de Cristo que es su Iglesia, recibe, por la fecundidad del Espíritu Santo, la divina filiación adoptiva «en el seno de María». La devoción y la consagración a su Corazón Inmaculado y Maternal –insistía con especial interés en esta advocación– se asociaron por esto mismo, en las campañas que él inspiró, a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

Antiliberalismo

«Tenemos el ejemplo del padre Ramière –dijo en memorable ocasión el padre Orlandis– cuya fórmula podemos decir que era: el cristianismo no ha venido a suprimir nada de lo propio a la naturaleza humana, sino a jerarquizarlo todo en un orden de valores conducente al fin sobrenatural».

En estas palabras pronunciadas en 1943, encontramos inesperada y curiosamente reducida a una sola fórmula aquella doctrina cifrada en el doble principio antes aludido. Es este un punto que conviene sobre todo subrayar, porque nos puede dar la clave para superar sutiles y deletéreas confusiones en que nos sume un ambiente y mentalidad que solemos llamar «moderno». Solemos en efecto considerar antinómicamente lo personal y lo social, lo íntimo y profundo y todo cuanto se refiere a la justicia y al derecho, la ley y el amor. Tendemos a sentir sobre todo las antinomias que nos planteamos en torno a la naturaleza y la gracia, a lo divino y lo humano.

Efecto de esta mentalidad es el que resulte sorprendente a muchos el hecho de que el padre Ramière, el más grande de los precursores de la teología del Cuerpo Místico de Cristo, fuese el primer y más consciente teólogo de su reinado social, el vindicador de los derechos del Hijo de Dios encarnado y de su Iglesia sobre la sociedad humana, teólogo de la infalibilidad y de la autoridad del Pontificado, adversario tenaz y progresivamente consciente del galicanismo y del liberalismo.

El espíritu unitario y sintético del padre Ramière, que veía en unidad la naturaleza y la gracia, el hombre con todas sus dimensiones personales y sociales, le hizo apto para la comprensión total del reinado del amor de Cristo. Fue indiscutiblemente el principal heraldo de aquella corriente espiritual a que alude Pío XI en el famoso pasaje de la Miserentissimus Redemptor, en que se habla de los devotos del Corazón de Jesús que, oponiéndose al «no queremos que éste reine sobre nosotros» de la impiedad revolucionaria proclamaron con valentía: «Es necesario que Cristo reine, venga a nosotros tu Reino».

El padre Orlandis en modo alguno hubiera considerado lícito que el Apostolado de la Oración renunciara a su gloriosa tradición, por la que mereció desempeñar un papel de primer orden en el movimiento que promovió la institución de la fiesta de Cristo Rey. No debemos olvidar nunca quienes recibimos su formación el empeño con que procuró suscitar, principalmente a través de la revista CRISTIANDAD, las campañas que más directamente entroncaban con la idea de la consagración pública y universal al Corazón de Cristo entendida como proclamación de su realeza. La expresión tal vez más característica de su síntesis, en que se contienen trabajos de valor definitivo –escritos por el Padre o, bajo su dirección e inspiración por Jaime Bofill, Pedro Basil, y José-Oriol Cuffí Canadell– fue precisamente el folleto Hacia el cuarto Año Jubilar, aquel verdadero libro de oro, como lo calificó en 1948 el padre Murall, S.I., en unas inolvidables conferencias.

La misión del Apostolado de la Oración

«Cuán rectamente sentía el padre Ramière –se decía en 1949 por la Dirección General del Apostolado de la Oración– que con incansable trabajo proclamó muy alto: ¡Venga a nosotros el reinado social de Jesucristo por la devoción a su Corazón santísimo!»

«También en nuestros tiempos, cuando el naturismo y el materialismo producen en abundancia sus amarguísimos frutos, es necesario que se levante entre los católicos un gran movimiento sobrenatural, que tienda con todas sus fuerzas a que se establezca «el reinado social de Jesucristo por la devoción al Sagrado Corazón». «Es esta la misión suavísima del Apostolado de la Oración.»

Se escribió esto aludiendo precisamente a la campaña promovida en todo el mundo para una renovación solemne de la consagración universal al Corazón de Jesús. La idea que en estas palabras se expresa acerca del Apostolado de la Oración, que recordamos haber oído comentar y explicar a nuestro padre Orlandis, exige que se ponga previamente en claro un punto de singular importancia.

Si el Apostolado de la Oración fuese meramente «una liga de oraciones», si sólo fuese propio de él, de un modo totalmente excluyente de cualquier actividad apostólica, el apostolado de la oración, no podría contarse en tal caso entre las asociaciones apostólicas propiamente dichas, incluidas en lo que de modo genérico se conoce con el nombre de Acción Católica.

(13. Discurso de S. S. Pío XII al II Congreso Mundial del Apostolado Seglar).

Se daría así el caso de que en esta «movilización general del pueblo cristiano» dirigida a la instauración del reinado de Cristo, no podría considerarse como fuerza de primera línea a una institución como el Apostolado de la Oración, a la que Pío XI elogiaba precisamente porque «de modo constante desde su fundación hasta nuestros tiempos se propuso como fin peculiar el promover por todos los medios entre los pueblos y naciones el reinado social de Jesucristo».

(14. «El reinado del Corazón de Cristo. Ideal común del Apostolado de la Oración y de la Acción Católica», por Pedro BASIL. CRISTIANDAD, núm. 206, 15 de octubre de 1952).

(15. Breve de S. S. Pío XI al director general del Apostolado de la Oración, de 13 de marzo de 1926).

El padre Orlandis insistió siempre en concebir el Apostolado de la Oración del modo que quedó definitivamente aclarado en los nuevos Estatutos promulgados en 1952, centrados en la idea de que el programa espiritual que éste propone contiene como una síntesis resumida o norma compendiada de cuidado pastoral. Sin confundir sus actividades con las demás asociaciones apostólicas, ni emprender tal o cual actividad concreta, el Apostolado de la Oración tiene una misión apostólica propia, que desarrolla por sus promotores y directores, por sus órganos de difusión –El Mensajero del Corazón de Jesús y otros –y de modo muy especial por sus celadores: la de difundir el espíritu de la devoción al Corazón de Jesús y promover la corriente espiritual dirigida a establecer su reinado. Sin usurpar el oficio propio de ninguna otra obra es también por esto el Apostolado de la Oración una obra apostólica propiamente dicha, que merece como la que más el calificativo de apostolado seglar, o de acción católica, si entendemos este término en sentido genérico.

En el empeño de profundizar en la formación de los celadores –que consideraba tarea fundamental de un director del Apostolado– entendió el padre Orlandis que el mismo bien de éste y la necesidad de hacer apto su espíritu y su doctrina para penetrar en ambientes en los que consideraba él indecoroso el resignarse a la fe del carbonero, hacían adecuado y necesario el dedicar un esfuerzo intenso y constante al estudio «teológico, ascético e histórico de la devoción al Sagrado Corazón y de su providencial adecuación a las necesidades del mundo moderno». No otra cosa fue la sección del Apostolado de la Oración por él fundada: Schola Cordis Iesu.

(16. En los Estatutos de Schola Cordis Iesu aprobados por la Dirección General del Apostolado de la Oración, se la define como una sección del centro del Apostolado de la Oración erigido en la iglesia del Sagrado Corazón de la Compañía de Jesús en Barcelona (art. 1.°). Esta sección se propone «Formar miembros del Apostolado de la Oración que... mediante el estudio teológico y filosófico, ascético e histórico de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, y de su providencial adecuación a las necesidades del mundo moderno, se preparen para difundir y realizar el ideal del Reino de Cristo en los aspectos de la vida cultural y social en su más amplio sentido» (art. 3.°). En su artículo 5.° se establece que la Dirección de Schola Cordis Iesu estará confiada al padre director del centro del Apostolado de la Oración de la iglesia del Sagrado Corazón de Barcelona, o en su caso al padre de la Compañía de Jesús que sea designado a tal fin).

Enrique Ramière, S.I.

La teología de la historia

Como algo exigido por el propósito de seriedad que caracterizaba su actitud espiritual e intelectual, entendía el padre Orlandis aquella profundización en el sentido sobrenatural de la vida que perseguía en las investigaciones de teología de la historia. Propósito de seriedad decimos, porque para él nada menos adecuado a estos estudios que una curiosidad ambiciosa o pueril. También en esto seguía al padre Ramière, que dio nombre a esta ciencia, y que la concibió con el mismo fiel espíritu deseoso de conocer la realidad y sentido del Reino de Dios, en cuanto Él haya querido revelarla a los hombres. El hombre moderno vive en un mundo cuya apostasía pública ha arrancado la fe de una multitud de almas con pretextos e ideales engañosos «sociales» y «políticos». Se le hace sumamente necesario por lo mismo, en la medida de su responsabilidad y de su cultura, el formarse en un sentido cristiano íntegro, en el «verdadero sentido que en la Iglesia militante debemos tener», de un modo que tenga en cuenta todas las dimensiones de la vida humana, individuales y sociales. En esta línea el padre Orlandis y el padre Ramière se esforzaron, como buscando el complemento y plenitud del discernimiento ignaciano de espíritus, en llegar a aquel ideal que un teólogo ilustre señala para el hijo de san Ignacio: el de ser «hombre del rastrear divino, con una pista para lo divino y diabólico en los acontecimientos de la historia humana, un hombre que se las arregla en Jerusalén y en Babilonia».

(17. Hugo RAHNER, S.I., Ignacio de Loyola y su histórica formación espiritual, Editorial Sal Terrae, 1955. pág. 46. 18. Pío XII en su mensaje de Navidad de 1952).

Jerusalén y Babilonia, la Ciudad de Dios y la Ciudad de Satanás, no tienen ciertamente una presencia apreciable empíricamente a primera vista, al modo de las ciudades históricas con cuyo nombre las significamos. Pero tampoco podían ser consideradas como lejanas o trascendentes, ni tampoco como puramente «interiores» al modo que las concibe a veces una mentalidad que atomiza en su visión la sociedad de los espíritus.

Para conocer esta presencia histórica del Reino de Dios, para ver los acontecimientos humanos a la luz de su juicio, ya que «Dios no es nunca neutral ante ellos ni ante el curso de la historia» (18. Pío XII en su mensaje de Navidad de 1952) el padre Orlandis, avanzando en extensión y en profundidad sobre la tarea de iniciador del padre Ramière, buscó con esfuerzo prolongado durante largos años este «rastrear divino», en el estudio de la Sagrada Escritura y de la historia. No es esta ocasión para exponer su sistema genial y pacientemente elaborado; recordemos únicamente que él mismo caracterizaba este estudio de la teología de la historia como el tema central de su magisterio en Schola Cordis Iesu, y que aquel sistema estaba centrado en una visión «optimista» de los planes de Dios sobre la Iglesia y el mundo. No tenemos por qué esforzarnos en distinguir nosotros, porque él mismo lo hizo de modo preciso y rotundo, su visión teológica, de las actitudes ilusorias o confusionarias que tienden a reducir a algo meramente exterior y terreno el Reino mesiánico. Insistía por otra parte también en señalar el carácter de estímulo secundario que estas «esperanzas de la Iglesia» de carácter probable, ofrecen en la vida cristiana. Insistía, en cambio, de un modo absoluto en el «optimismo nuclear»: su actitud en esto era para él la puesta en práctica de la consigna pontificia de proclamar tanto más alto y públicamente los derechos de Cristo cuanto más son negados y desconocidos en la sociedad moderna.

La mensajera del Amor misericordioso

Trazaríamos una fisonomía incompleta del padre Orlandis como continuador del padre Ramière si olvidáramos su convicción, que llenaba cada vez más su corazón y su mente, de que en el providencial desarrollo de la devoción al Corazón de Jesús ha tenido una misión decisiva, profundamente misteriosa, la santa que en frase de Pío XII «ha vuelto a hallar el Evangelio, el corazón mismo del Evangelio»: santa Teresita del Niño Jesús. Los pocos párrafos que en Pensamientos y ocurrencias dedica el padre Orlandis a presentar esta «mensajera de las misericordias inefables del amor de Dios hacia las almas débiles y pequeñas» dejan sentir no sé qué emoción íntima de un encanto sublime y tierno. Estas palabras bastarían para revelar a todos cuantos no tuvieron la dicha de haberlo apreciado durante su vida, los aspectos más cordiales y sobrenaturalmente humanos de la grandiosa personalidad del padre Orlandis. Hombre genial y sutil sentía sin contradicción ni antinomia el mismo entusiasmo por las grandiosas perspectivas de la visión del mundo y de la historia, que por los más delicados matices de la vida del sentimiento y del corazón. En lo humano y en lo sobrenatural puede decirse que la seriedad y la ternura eran las cualidades que procuraba con empeño tenaz, por considerarlas básicas para todo esfuerzo de santificación y de apostolado. Por esto el padre Orlandis estaba subjetivamente preparado para comprender la coherencia y el enlace objetivo entre la corriente espiritual de la devoción al Corazón de Jesús y el evangélico mensaje de santa Teresita. Su visión unificante y total superaba las contradicciones, en que otros tropiezan, entre los «grandes gestos barrocos» que se les antoja ver en el culto al Corazón del Rey universal Cristo Jesús, y las ternuras «infantiles» y «filiales» de la gran Hija de santa Teresa.

La responsabilidad de Barcelona

Parece que el padre Orlandis estuvo providencialmente dispuesto, incluso en los aspectos humanos y naturales de su persona y en los del ambiente y circunstancia en que desarrolló su obra, para concebir la grandiosa visión del mundo que, fundamentada en la verdad revelada, recogía en síntesis unitaria las enseñanzas de san Ignacio y de santo Tomás de Aquino, del padre Ramière y de santa Teresita del Niño Jesús. Después de haberse esforzado durante su vida en suscitar una corriente profunda y fecundante de auténtica vida cristiana, deja tras sí una huella espiritual imborrable.

Y es un hecho que se presenta con singular relieve al considerar el desarrollo de la vida y de la obra del padre Orlandis, que toda la tarea de su época de madurez, la que lleva el sello característico del mensaje que estaba llamado a comunicar, se realizó por entero en ésta que él llamaba «misteriosa ciudad», en esta Barcelona que tan íntimamente comprendía y amaba.

Porque nuestro Padre tenía conciencia de esto y expresaba explícitamente su convicción. Creía en los destinos providenciales de Barcelona, en su misión al servicio del reinado de Cristo. Todos recordamos la energía y entusiasmo con que ponderaba las inmensas posibilidades de su «alma cristiana» que reveló Barcelona en el Congreso Eucarístico Internacional.

Consecuente con la seriedad de su carácter, con la conciencia tremenda de las trágicas condiciones del presente y del porvenir del mundo tenía también una viva y despierta conciencia, tensa y exigente, de la responsabilidad de esta noble ciudad.

«Me parece, sin poderlo dudar, que tengo más obligación y deuda a la ciudad de Barcelona, que a ningún otro pueblo de este mundo», decía san Ignacio de Loyola. Muy probablemente podría también afirmarse que Barcelona, entre todas las ciudades de este mundo, se ha de considerar obligada y deudora respecto de san Ignacio y la Compañía de Jesús.

Aquí pues, en buena tierra, en la primera ciudad de España que recibió la semilla esparcida por el padre Ramière, ha caído también la que ha sembrado el apóstol del Reino del Corazón de Jesús, cuya palabra y cuya vida dejan grabada en la conciencia cristiana de nuestra ciudad «el esfuerzo quizá más profundo y serio que se ha hecho últimamente» en favor de este ideal.

Y el Corazón de Jesús es la señal de salvación, el arco iris de esperanza para la restauración cristiana del mundo. La responsabilidad de Barcelona, su obligación y su deuda quedan aumentadas. Sin duda el padre Orlandis intercederá para que la palabra de Dios que él tuvo la vocación de servir «no retorne ya baldía, sino que prospere todo aquello a que Dios la envió».