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Tesis, hipótesis, esperanza

Política y ética

¿Pueden los políticos llevar los asuntos al margen de la ética?
Todos debemos obrar en todo según las normas morales objetivas, que es obrar conforme a nuestra naturaleza humana, obrar como personas. Lo inmoral es inhumano.
También en política rigen las normas de no robar, no matar, no mentir, no permitir la explotación económica ni la utilización sexual de las demás personas, etc.

Hay normas objetivas de moralidad y a ellas debemos atenernos todos en todo nuestro comportamiento para que sea conforme a la naturaleza racional que tenemos.
El propio acto de elegir gobernantes, como todo acto humano, para no ser inhumano, debe ser realizado según la ética.

¿Son los políticos los que tienen autoridad para dar o imponer normas morales cuando están en el poder?
Los políticos deben cumplir las normas éticas objetivas, no los elegimos para que manden lo que quieran con un poder absoluto (que quiere decir desligado de las normas objetivas de moralidad).
Y menos, para que se pongan ellos a dar normas de comportamiento diferentes de la moral racional, para que impongan sus normas inmorales diciendo encima que eso es lo "decente".

¿Quién tiene autoridad para enseñar las normas morales con seguridad?
Aunque la moral se puede conocer por la luz natural de la razón, nuestro conocimiento humano de esas normas morales objetivas y racionales es falible, son las autoridades de la Iglesia, el Papa y el conjunto de los obispos, quienes tienen autoridad para enseñar las normas morales infaliblemente cuando la ejercen como tal, no cuando no la ejercen.

El Concilio Vaticano II enseña que forma parte de la misión de la Iglesia "declarar y confirmar con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana" (Dignitatis humanae, 14).

Las autoridades de la Iglesia, para cumplir la misión de la Iglesia, deben ejercer esa autoridad de enseñar las normas morales con seguridad a gobernantes y gobernados, no imponiéndoselas, sino proponiéndoselas con autoridad segura e infalible como ley de la naturaleza dada por el autor de la naturaleza, de quien procede esa misión que el Papa y los Obispos tienen irrenunciablemente.

No son los políticos los que pueden actuar como autoridades religiosas, ni siquiera morales, como en el Islam. O lo que sería lo mismo por el camino inverso, no son las autoridades eclesiásticas, las que como tales, deban ni puedan ponerse a gobernar los asuntos civiles. El Papa no es un Califa, sino que su autoridad es para declarar con seguridad e infalibilidad las normas morales, que deben ser dadas y aceptadas para regir también los asuntos políticos, precisamente para que nadie se ponga a hacer de Califa. Esta autoridad del Papa para declarar las normas morales es infalible cuando la ejerce con ese carácter, no cuando no la ejerce.
La religión cristiana, al igual que la religión que Moisés y los profetas difundieron en el pueblo de Israel, y a diferencia de la reducción de la religión a la política, que es una distorsión de la religión por parte de los que querían que el Mesías fuese un caudillo político, y de los que pretenden que el dirigente religioso sea un Califa, proclama el reino de Dios que consiste
en que el culto y el acatamiento a Dios sea proclamado no sólo con palabras, ni solamente sancionado con las leyes, sino también llevado a la práctica con sinceridad, y por consiguiente,
que, tanto a nivel personal como social, se acaten las normas morales recibidas de las autoridades de la Iglesia,
es decir, que los gobernantes y parlamentarios sean elegidos según la moral y que, en la legislación y gobierno, que en lo político les corresponde a ellos, acepten como normas de moralidad las que reciban de las autoridades de la Iglesia, a las que reconocen la autoridad para "declarar y confirmar" dichas normas morales;
al revés que en el Islamismo y que en las distorsiones judaizantes de la verdadera religión judía.

Tesis, hipótesis, esperanza

Esta es la situación de tesis católica: que el Estado venere a Dios y sus leyes sean conforme a la ley natural tal como la enseña la Iglesia, cuya autoridad en esta materia reconozca y acate el Estado.
Y es de razón natural, como enseña la Iglesia en uno de los documentos incluidos entre los que en 2002 declaraba vigentes:
"La razón natural, que manda a cada hombre dar culto a Dios..., impone la misma obligación a la sociedad civil...abrazar con el corazón y con las obras la religión" (León XIII, Inmortale Dei, n. 3).

En la situación de hipótesis, que es cuando muchos en la sociedad o no son católicos o no actúan como tales y el régimen político imperante no es católico, entonces la Iglesia reivindica libertad y que los católicos que actúen en política procuren que las leyes sean conforme a la moral natural tal como la enseña infaliblemente la Iglesia.

La contraposición entre tesis e hipótesis se supera mediante la esperanza segura que, según el Concilio Vaticano II, proclama la Iglesia de que todos los pueblos en el futuro proclamarán su fe en Dios y actuarán coherentemente acatando su reinado de modo efectivo:

"La Iglesia, juntamente con los profetas y con el mismo Apóstol, espera el día, que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con voz unánime y le servirán hombro con hombro" (Concilio Vaticano II, Nostra aetate, 4).

Tampoco se conoce la duración de ese día o de la época que se inaugura ese día.

Pero sí que esto es proclamar con toda seguridad la confesionalidad de todos los pueblos y que obrarán en consecuencia en el futuro.

Esta confesionalidad de todos los pueblos y de su organización política autonómica, nacional y mundial excluye taxativamente cualquier tipo de confusión entre la esfera religiosa y la esfera política.

Esta confesionalidad excluye también taxativamente la intolerancia religiosa. Todo lo contrario: por ser una virtud la tolerancia, aunque es posible practicarla con las fuerzas humanas, que lo sea de hecho siempre y generalizadamente por todos los pueblos y sus autoridades sólo es posible con los medios que aporta la Iglesia, y la aceptación de estos medios, en particular la autoridad de la Iglesia en materias morales como infalible, es lo que define a los estados confesionales. Y la tolerancia no excluye sólo la coacción física.

La tolerancia no excluye sólo la coacción física

La sustitución del liberalismo que se imponía inicialmente mediante el terror jacobino o los pronunciamientos, las guerras civiles y el falseamiento de las elecciones, por los métodos "pacíficos" de la actual democracia liberal, y la renuncia al marxismo por los partidos socialistas occidentales, que consistió en cambiar la imposición totalitaria del socialismo por su implantación también mediante la democracia liberal, es ejercer en realidad un poder mucho mayor que el de imponer la obediencia mediante la fuerza externa, porque es conseguir la adhesión mediante la interiorización. Conseguir que alguien obedezca o se someta voluntariamente es tenerlo más dominado que si lo hace por la fuerza. La seducción mediante el engaño, la manipulación, la demagogia a través de la televisión o el sistema educativo adoctrinador son violaciones no menores, sino mayores de la libertad y de la dignidad humana. El tema de la coacción mediante la interiorización lo denuncia ya en la Dives in misericordia Juan Pablo II en 1980: "El hombre tiene precisamente miedo de ser víctima de una opresión que lo prive de la libertad interior, de la posibilidad de manifestar exteriormente la verdad de la que está convencido, de la fe que profesa, de la facultad de obedecer a la voz de la conciencia que le indica la recta vía a seguir. Los medios técnicos a disposición de la civilización actual, ocultan... la posibilidad de una subyugación «pacífica» de los individuos, de los ambientes de vida, de sociedades enteras y de naciones, que por cualquier motivo pueden resultar incómodos a quienes disponen de medios suficientes y están dispuestos a servirse de ellos sin escrúpulos" (Dives in misericordia, 11).

La clave está en que la libertad está unida la verdad y al bien, a obrar conforme a la naturaleza humana. Conseguir que otro actúe en discordancia con la ley natural, con lo que es un comportamiento humano, es violar su dignidad, y si se consigue mediante la seducción o el sistema educativo es mayor violación de la libertad y de la dignidad y es ejercer más poder que si se consigue mediante la fuerza de la coacción externa. Aunque suele funcionar un trinomio de miedo + simpatía + interés. A veces es un polinomio de miedo + simpatía + interés + ignorancia + chantaje...

Si tiene más componentes, es ya un polinomio: miedo + simpatía + interés + vanidad + chantaje + ignorancia + corrupción moral + cursilería + ...

La ecuación es: miedo + simpatía + interés + vanidad + chantaje + ignorancia + corrupción moral + cursilería + ... = sumisión a la mala política

Mientras que el objetivo de toda educación es que los hombres (varones y mujeres) y los pueblos obren bien y que sea voluntaria y libremente por su propio convencimiento, consciente y bien informado.

De lo que se trata es de "la coherencia entre fe y vida, entre evangelio y cultura, recordada por el Concilio Vaticano II".

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Así expresaba Jaime Bofill la tesis en su ponencia de 1946 «Pax Romana» y su acción en el futuro, publicada en CRISTIANDAD, nº 63, 1 de noviembre de 1946, páginas 382-384:

"Que las luchas que con tanta frecuencia sostienen entre sí los enemigos de la Iglesia no distraigan nuestra atención. Pensemos que el enemigo no ceja nunca en su persecución contra ella, sea el que sea, por otra parte, el credo político que diga profesar.

»No hace falta en este momento recordar la persecución cruenta fruto del comunismo ateo que devasta las cristiandades ilustres del Oriente y Centro de Europa; pero pasa más desapercibida la persecución solapada fruto de la civilización protestante que, bajo la forma de corrupción de costumbres e ideas, pone en peligro en todo el Mundo nuestra honestidad y nuestra fe.

»Raíz de hondo pesimismo y espíritu liberal

»Quien se contentare con esta segunda situación bajo pretexto de que peor estaríamos si cayésemos en la primera, ¿no mostrará, en definitiva, una desconfianza práctica de que la Iglesia Católica llegue un día a ser libremente reconocida en sus derechos por todos los pueblos?

»Esta actitud tiene un nombre: el liberalismo; el cual de ninguna manera es amor legítimo a la libertad humana, sino renuncia al Ideal cristiano, y por ello ha atraído sobre sí en todo momento las condenas pontificias.

»El liberalismo invoca la necesidad de convivir con los no católicos, e incluso de atraerlos! Vana ilusión. El pleito que con ellos sostiene la Iglesia no admite una solución transaccional. No puede reducirse la distancia que nos separa recorriendo cada uno la mitad del camino: porque si se trata del camino de la caridad somos nosotros los que debemos recorrerlo por entero; mas si se trata del camino de la fe, son ellos los que deben hacerlo.

»No pensemos en atraer a nadie por medio de estas soluciones tímidas: pues un Ideal que se minimiza de tal suerte pierde, por este mismo hecho, su fuerza atractiva. Debemos proponer el Ideal Católico en toda su pureza, en toda su rotundidad: el Mundo lo necesita más que el pan.

»El «Reinado social de Jesucristo», fórmula que concreta el Ideal Católico y las Esperanzas de la Iglesia

»Este Ideal Católico, a la vez divino y humano, tiene modernamente un nombre propio, de todos conocido: está concretado en una fórmula sencilla, clara, sugestiva; esta fórmula es «El Reinado social de Jesucristo».

»Jesucristo es Rey; Jesucristo es Rey pacífico, y Él sólo puede dar al Mundo la suspirada paz. Nadie como los que militan en «Pax Romana» puede comprender esta verdad que es tesis de la Iglesia, con sólo meditar la divisa de Pío XI adoptada por esta organización: «Pax Christi in Regno Christi».

»Mas en esta fórmula: «Jesucristo Rey» se concreta, no tan sólo un Ideal sino también una Esperanza. Al establecer, en efecto, la festividad litúrgica de la Realeza de Cristo, Pío XI se propuso, «no tan sólo poner de manifiesto el Imperio que a Cristo compete sobre todas estas cosas; sobre la sociedad civil y doméstica y sobre cada uno de los hombres en particular, sino ANTICIPAR EL GOZO DE AQUEL DIA DICHOSÍSIMO EN QUE TODO EL MUNDO, DE CORAZÓN Y LIBRE VOLUNTAD, OBEDECERÁ AL DOMINIO SUAVÍSIMO DE CRISTO REY» (Pío XI, Encíclica «Miserentissimus Redemptor»)".

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La paz de Cristo en el Reino de Cristo y la paz del mal menor que puede dar la diplomacia según el padre Orlandis

Bastará leer con atención los pasajes transcritos en este artículo de los documentos pontificios para echar de ver que la paz a que aspiran los Pontífices Romanos, la paz que esperan del Corazón de Jesús, la paz de Cristo en el Reino de Cristo, no es aquella paz precaria y circunstancial que puede dar la diplomacia, o los tratados internacionales. No es una paz condicionada a las tristes circunstancias actuales. Esta es la paz del mal menor, a la cual es prudente acogerse, cuando no puede alcanzarse el bien mayor. Será una paz que un Pontífice Romano admitirá prudentemente, como la habrían admitido tantos Pontífices Romanos. Pero no es la auténtica Pax Romana: la paz de Cristo en el Reino de Cristo.

La auténtica Pax Romana va precedida de una señal, de la señal de un Arco Iris. ¿Y cuál es este Arco Iris de paz? Nos lo dice Pío XI en su Encíclica Miserentissimus Redemptor: «Así como en los tiempos antiguos, al salir la familia humana del Arca de Noé quiso Dios que les brillara un signo, el arco que apareció en las nubes, así en las circunstancias turbulentísimas de la edad moderna... el benignísimo Jesús manifestó en lo alto a los pueblos su Corazón Sacratísimo, como bandera de paz y caridad, prenda segura de la victoria en la lucha».

(El arco iris de la «Pax Romana», Ramón Orlandis, S.I.• CRISTIANDAD, nº 54, pág. 231)

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Según el padre Orlandis:

"CRISTIANDAD viene a luchar por la implantación de un orden divino entre los hombres y las sociedades, afirma desde el primer instante que este orden debe necesariamente basarse: 1º, en una concepción sobrenatural de la vida, y 2º, en una unión estrecha con la Iglesia y con su Pontífice, Vicario de Jesucristo en la tierra.

Este reino, fundamentalmente sobrenatural, tendrá también en el cielo su fundamental cumplimiento. Pero ¿es aventurado esperar, a modo de «añadidura», también un Reinado de Cristo sobre las naciones y Estados de la tierra? ¿Es aventurado esperar un cumplimiento real y efectivo de lo que ya llamamos corrientemente el «Reinado social de Jesucristo»?". (El porqué de esta RevistaCRISTIANDAD, nº 0, pág.8)

«La autoridad de la Iglesia en el orden mundial no es de ningún modo algo que conviniese únicamente a la "hipótesis" medieval, sino principio y "tesis" inmutable del orden cristiano en el mundo»
(Canals, Política española: pasado y futuro, pág.207.

«Dios no es nunca neutral respecto a los acontecimientos humanos, ni ante el curso de la Historia, y por eso tampoco puede serlo su Iglesia. Si ella habla, es en virtud de su misión divina, querida por Dios. Cuando habla y cuando juzga los problemas del día, lo hace con la clara conciencia de anticipar, con la virtud del espíritu santo, la sentencia que al fin de los tiempos su Señor y cabeza, Juez del Universo, confirmará y sancionará»
Pío XII: Mensaje de Navidad de 1951

Caducidad de la sana laicidad

Será también cuando todos crean que Jesucristo es Dios y obren en consecuencia, también en la vida política, lo cual se producirá con toda seguridad tal como fue anunciado por el Concilio Vaticano II:

"La Iglesia, juntamente con los profetas y con el mismo Apóstol, espera el día, que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con voz unánime y le servirán hombro con hombro" (Nostra aetate, 4).

Lo que es proclamar con toda seguridad la confesionalidad de todos los pueblos y que obrarán en consecuencia en el futuro.

Mientras tanto:

Reivindicar la sana laicidad es pedir que las propuestas y aportaciones de los católicos sean tenidas en cuenta. Frente al laicismo, que excluye toda presencia de lo católico en la vida pública. Ya sería mucho. Porque algo es más que nada. Pero, cuando se permite que se presenten las propuestas católicas y luego se imponen normas anticristianas y antihumanas como las que legalizan la muerte de niños en el vientre manterno, ¿acaso alguien puede pretender que nos sea lícito a los católicos acatar normas anticristianas y antihumanas? La respuesta establecida por Dios es el non possumus. Ni se obedecen, ni se cumplen. Como decía Canals, no se puede aceptar deportivamente el resultado.

Lo que dice el Concilio Vaticano II de la laicidad sólo lo acatará un estado confesional católico. "Con frecuencia se invoca el principio de laicidad, en sí legítimo si se concibe como distinción entre la comunidad política y las religiones" (Gaudium et spes, 36). En lo técnico de cada asunto, los técnicos son los competentes, incluidos los políticos. En lo moral, la autoridad infalible es la de la Iglesia. Las leyes y los políticos deben atenerse a la moral.

El problema es que no se concibe la laicidad "como distinción entre la comunidad política y las religiones" (Gaudium et spes, 36), sino que los eclesiásticos desconfesionalizadores de España en los años 60 y 70 conciben la laicidad como separación entre la comunidad política y la autoridad de la iglesia en lo moral, no como distinción, que es lo que enseña el Concilio Vaticano II.